sábado, 22 de septiembre de 2012

El Mito de Prometeo

“Era un tiempo en el que existían los dioses, pero no las especies mortales. Cuando a
éstas les llegó, marcado por el destino, el tiempo de la génesis, los dioses las modelaron
en las entrañas de la tierra, mezclando tierra, fuego y cuantas materias se combinan con
fuego y tierra. Cuando se disponían a sacarlas a la luz, mandaron a Prometeo y
Epimeteo que las revistiesen de facultades distribuyéndolas convenientemente entre
ellas. Epimeteo pidió a Prometeo que le permitiese a él hacer la distribución
"Una vez
que yo haya hecho la distribución, dijo, tú la supervisas "
. Con este permiso comienza a
distribuir. Al distribuir, a unos les proporcionaba fuerza, pero no rapidez, en tanto que
revestía de rapidez a otros más débiles. Dotaba de armas a unas, en tanto que para
aquellas, a las que daba una naturaleza inerme, ideaba otra facultad para su salvación. A
las que daba un cuerpo pequeño, les dotaba de alas para huir o de escondrijos para
guarnecerse, en tanto que a las que daba un cuerpo grande, precisamente mediante él,
las salvaba.
De este modo equitativo iba distribuyendo las restantes facultades. Y las ideaba
tomando la precaución de que ninguna especie fuese aniquilada. Cuando les suministró
los medios para evitar las destrucciones mutuas, ideó defensas contra el rigor de las
estaciones enviadas por Zeus: las cubrió con pelo espeso y piel gruesa, aptos para
protegerse del frío invernal y del calor ardiente, y, además, para que cuando fueran a
acostarse, les sirviera de abrigo natural y adecuado a cada cual. A algunas les puso en
los pies cascos y a otras, piel gruesa sin sangre. Después de esto, suministró alimentos
distintos a cada una: a una, hierbas de la tierra; a otras, frutos de los árboles; y a otras
raíces. Y hubo especies a las que permitió alimentarse con la carne de otros animales.
Concedió a aquéllas descendencia, y a éstos, devorados por aquéllas, gran fecundidad;
procurando, así, salvar la especie.
Pero como Epimeteo no era del todo sabio, gastó, sin darse cuenta, todas las facultades
en los brutos. Pero quedaba aún sin equipar la especie humana y no sabía qué hacer.
Hallándose en ese trance, llega Prometeo para supervisar la distribución. Ve a todos los
animales armoniosamente equipados y al hombre, en cambio, desnudo, sin calzado, sin
abrigo e inerme. Y ya era inminente el día señalado por el destino en el que el hombre
debía salir de la tierra a la luz. Ante la imposibilidad de encontrar un medio de salvación
para el hombre, Prometeo roba a Hefesto y a Atenea la sabiduría de las artes junto con
el fuego (ya que sin el fuego era imposible que aquella fuese adquirida por nadie o
resultase útil) y se la ofrece, así, como regalo al hombre. Con ella recibió el hombre la
sabiduría para conservar la vida, pero no recibió la sabiduría política, porque estaba en
poder de Zeus y a Prometeo no le estaba permitido acceder a la mansión de Zeus, en la
acrópolis, a cuya entrada había dos guardianes terribles. Pero entró furtivamente al taller
común de Atenea y Hefesto en el que practicaban juntos sus artes y, robando el arte del
fuego de Hefesto y las demás de Atenea, se las dio al hombre. Y, debido a esto, el
hombre adquiere los recursos necesarios para la vida, pero sobre Prometeo, por culpa de
Epimeteo, recayó luego, según se cuenta, el castigo del robo.
El castigo consistia en encadenar a Prometeo a una roca.
Lanzó, además, un águila para que durante el día le comiera el hígado, un órgano que durante la noche se regeneraba por completo. Prometeo sería liberado de tanto sufrimiento muchos años más tarde por Hércules, que mató el águila con una flecha, debiendo cargar con las cadenas toda su eterna vida.

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